sábado, 15 de noviembre de 2014

MI FAQUIR DE ANDAR POR CASA...


Es viernes. Son las 9 de la noche. ¡Por fin llego a casa! El día de trabajo ha sido agotador, estresante y agobiante, pero solo hasta las 3 de la tarde. Después, he compensado esa presión con casi una hora corriendo y otra nadando y he terminado recuperándome con una ducha reparadora. También he ido a descambiar una camisa que compré una talla más grande que la mía y de paso me he llevado otra prenda de abrigo que quería tener. A la vuelta he querido hacer algo que normalmente no hago, he ido a visitar a mi familia (que viven en la calle paralela a la mía) para compartir un rato con ellos antes de llegar a casa. He llegado a casa y he bajado al perro como cada día a estas horas y le he vuelto a ver, como tantas otras noches y tantas otras mañanas. Hoy no le he visto fuera, ni sentado en la parte trasera, ni haciendo sus necesidades cerca. Hoy estaba dentro, acostado en los asientos delanteros de su furgoneta. La parte superior de su cuerpo sobre el asiento del piloto y los pies, debajo de una manta, apoyados en la ventana del copiloto.

Este verano leí un libro muy sencillo (El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea) y que me hizo pensar mucho para el tipo de lectura que es…


Y no puedo evitar acordarme de su protagonista al ver a diario a un señor grande de no menos 50 años, de orígenes y costumbres árabes y que casi a diario aparca su furgoneta (con la que imagino ofrecerá portes baratos en la puerta de un Ikea cercano) debajo de mi casa.

La curiosidad por saber qué le ha hecho llegar hasta ahí me mata, casi tanto como la pena, de ver a alguien que duerme en una furgoneta mientras que mis vecinos y yo lo hacemos en un lugar privado, confortable y cálido, con agua corriente, luz y en breve hasta con calefacción.

Ahora ha empezado a llover y escuchar esta lluvia desde mi sofá, en mi salón, es hasta algo extrañamente apetecible, mientras pienso en lo incómodo y estruendoso que tiene que resultar la misma lluvia desde el interior de la furgoneta. El agua golpeando en la chapa no creo que tenga el mismo sonido rítmico y agradable que yo percibo mientras el ordenador apoyado en las piernas me las calienta, escucho una música suave de fondo para concentrarme en lo que escribo y veo apoyado en la mesa mi teléfono móvil cargando a la espera de noticias de alguien que de algún modo se interesa por mí.

Vivo tan cerca de mi familia que apenas lo valoro y aunque he vivido fuera y los he echado de menos en ocasiones, no puedo hacerme una idea de lo que tendría que ser dejar a mi pareja y a mis hijos, por ejemplo para malvivir en una furgoneta y sacar unos euros insuficientes al día para poder enviarlos a casa y que tengan un plato que comer.

Tampoco quiero imaginar cómo sería el no poder descolgar un teléfono y poder hablar con ese amigo al que aunque no veas está ahí y te escucha y te anima a seguir adelante ante cualquier problema que se te presente.

Llevo varios días con la idea rondando en mi cabeza. He pensado en ofrecerle un caldito caliente, pero claro, igual desconfía y no lo toma y lo tira porque crea que lleva “jalufo”. También he pensado en invitarle a cenar, pero claro, me da un poco de respeto invitar a alguien tan corpulento y desconocido a casa donde solo estamos mi hijo y yo. Otra oferta que he contemplado es una buena ducha caliente, pero me ocurre lo mismo que ya he mencionado, me da un poco de cague, aunque sobre todo me da por pensar en que si lo hago él volverá a subir a su furgoneta después y yo seguiré en mi espacio de bienestar y confort y que una vez que dé un paso, no voy a poder echarme atrás para el siguiente y voy a querer más, más para él. Otra cosa que contemplo y que me echa para atrás es pensar en si le ofendería por brindarle ese tipo de ayuda, tal vez sea una persona orgullosa y no quiera aceptar este tipo de favores y menos viniendo de una mujer.



El caso es que nos hemos acostumbrado a vivir con una ceguera de lo que se sale de nuestro círculo. Me pregunto si el resto de vecinos se habrá percatado de la presencia de este señor y de su situación, aunque me da igual. Yo quiero hacer algo, pero no sé ni cómo. Tampoco sé si se molestará o no, pero como para el resto de las cosas que he hecho en mi vida, creo que lo más acertado va a ser hacer lo que me pide el cuerpo sin importarme más, porque lo que quiero es ayudarle, las consecuencias son cosa mía.